Mensajes de Bergolio en estas Pascuas antes de ser Papa


Semana Santa 2013
Pascua es Cristo Vivo


A los párrocos y responsables de comunidades educativas:

Hace años que todos trabajamos por lograr que la iglesia esté en la calle tratando que se manifieste más la presencia de Jesús vivo. Es el esfuerzo de vivir aquello que rezamos tantas veces en la Misa “que todos los miembros de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación1 En mayor o menor medida  muchas comunidades aceptaron ese desafío. Aparecida confirmó el camino y nos mostró que, para que no sea un chispazo, necesitábamos una conversión pastoral. La necesitamos continuamente porque muchas veces tenemos  la tentación de volver a las cebollitas de Egipto. Todos sabemos que la realidad de nuestras parroquias resulta acotada en relación a la cantidad de personas que hay y a las que no llegamos. La Iglesia que nos llama constantemente a una nueva evangelización nos pide  poner gestos concretos que manifiesten la unción que hemos recibido. La permanencia en la unción se define en el caminar y en el hacer. Un hacer  que no sólo son hechos sino un estilo que busca y desea poder participar del estilo de Jesús. El “hacerse todo a todos para ganar a algunos para Cristo” va por este lado.2

Salir, compartir y anunciar, sin lugar a dudas, exigen una ascesis de renuncia que es parte de la conversión pastoral. El miedo o el cansancio nos pueden jugar una mala pasada llevándonos a que nos quedemos con lo ya conocido que no ofrece dificultades, nos da una escenografía  parcial de la realidad y nos deja tranquilos. Otras veces podemos caer en el encierro perfeccionista que nos aísla de los otros con excusas tales como: “Tengo mucho trabajo”, “no tengo gente”, “si hacemos esto o aquello ¿quién hace las cosas de la parroquia?”,  etc. 

Igual que en el año 2000 quisiera decirles: Los tiempos nos urgen. No tenemos derecho a quedarnos acariciándonos el alma. A quedarnos encerrados en nuestra cosita... chiquitita. No tenemos derecho a estar tranquilos y a querernos a nosotros mismos…Tenemos que salir a hablarle a esta gente de la ciudad a quien vimos en los balcones. Tenemos que salir de nuestra cáscara y decirles que Jesús vive, y que Jesús vive para él, para ella, y decírselo con alegría... aunque uno a veces parezca un poco loco.
Cuántos viejitos están con la vida aburrida, que no les alcanza, a veces, el dinero ni para comprar remedios. A cuántos nenes les están metiendo en la cabeza ideas que nosotros recogemos como gran novedad, cuando hace diez años las tiraron a la basura en Europa y en los Estados Unidos, y nosotros se las damos como gran progreso educativo.
Cuántos jóvenes pasan sus vidas aturdiéndose desde las drogas y el ruido, porque no tienen un sentido, porque nadie les contó que había algo grande. Cuántos nostálgicos, también los hay en nuestra ciudad, que necesitan un mostrador de estaño para ir saboreando grapa tras grapa y así ir olvidando.
Cuánta gente buena pero vanidosa que vive de la apariencia, y corre el peligro de caer en la soberbia y en el orgullo.
¿Y nosotros nos vamos a quedar en casa? ¿Nos vamos a quedar en la parroquia, encerrados? ¿Nos vamos a quedar en el chimenterío parroquial, o del colegio, en las internas eclesiales? ¡Cuando toda esta gente nos está esperando! ¡La gente de nuestra ciudad! Una ciudad que tiene reservas religiosas, que tiene reservas culturales, una ciudad preciosa, hermosa, pero que está muy tentada por Satanás. No podemos quedarnos nosotros solos, no podemos quedarnos aislados en la parroquia y en el colegio.3

La Semana Santa se nos presenta como una nueva oportunidad para desinstalar un modelo cerrado de experiencia evangelizadora que se reduce a “más de lo mismo” para instalar la Iglesia que es de “puertas abiertas” no porque sólo las abre para recibir sino que las tiene abiertas para salir y celebrar, ayudando a aquellos que no se acercan.

Con estos pensamientos miro la próxima celebración de Ramos, es la fiesta del andar de Jesús en medio de su pueblo siendo bendición para todos los que se encontraban a su paso. Les ruego que no privaticemos la fiesta que es para todos y no para algunos. La Arquidiócesis ha hecho la opción de celebrarla. misioneramente el sábado por la tarde desde las columnas y puestos misioneros en las distintas Vicarías. Sin embargo la adhesión es todavía muy pobre. Por eso les pido a los Párrocos y a los responsables de los Colegios que convoquen y movilicen sus comunidades para ese momento fuerte de fe y anuncio con la certeza de que la vida de nuestros fieles se renueva cuando experimentan la belleza y alegría de acercarse a los hermanos para compartir la fe: "es imposible que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia". 4

Les agradezco desde ya todo lo que hagan en este sentido.

Con paternal afecto 

Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.
25 de febrero de 2013.



A los sacerdotes, consagrados y laicos de la Arquidiócesis.

Rasguen su corazón y no sus vestidos;
vuelvan ahora al Señor su Dios,
porque Él es compasivo y clemente,
lento para la ira, rico en misericordia…


Poco a poco nos acostumbramos a oír y  a ver, a través de los medios de comunicación, la crónica negra de la sociedad contemporánea, presentada casi con un perverso regocijo, y también nos acostumbramos a tocarla y a sentirla a nuestro alrededor y en nuestra propia carne. El drama está en la calle, en el barrio, en nuestra casa y, por qué no, en nuestro corazón. Convivimos con la violencia que mata, que destruye familias, aviva guerras y conflictos en tantos países del  mundo. Convivimos con la envidia, el odio, la calumnia, la mundanidad en nuestro corazón. El sufrimiento de inocentes y pacíficos no deja de abofetearnos; el desprecio a los derechos de las  personas y de los pueblos más frágiles no nos son tan lejanos; el imperio del dinero con sus demoníacos efectos como la droga, la corrupción, la trata de personas - incluso de niños - junto con la miseria material y moral son moneda corriente. La destrucción del trabajo digno, las emigraciones dolorosas y la falta de futuro se unen también a esta sinfonía. Nuestros errores y pecados como Iglesia tampoco quedan fuera de este gran panorama. Los egoísmos más personales justificados, y no por ello más pequeños, la falta de valores éticos dentro de una sociedad que hace metástasis en las familias, en la  convivencia de los barrios, pueblos y ciudades, nos hablan de nuestra limitación, de nuestra debilidad y de nuestra incapacidad para poder transformar esta lista innumerable de realidades destructoras.

La trampa de la impotencia nos lleva a pensar: ¿Tiene sentido tratar de cambiar todo esto? ¿Podemos hacer algo frente a esta situación? ¿Vale la pena intentarlo si el mundo sigue su danza carnavalesca disfrazando todo por un rato? Sin embargo, cuando se cae la máscara, aparece la verdad y, aunque para muchos suene anacrónico decirlo, vuelve a aparecer el pecado, que hiere nuestra carne con toda su fuerza destructora torciendo los destinos del mundo y de la historia.

La Cuaresma se nos presenta como grito de verdad y de esperanza cierta que nos viene a responder que sí, que es posible no maquillarnos y dibujar sonrisas de plástico como si nada pasara. Sí, es posible que todo sea nuevo y distinto porque Dios sigue siendo “rico en bondad y misericordia, siempre dispuesto a perdonar” y nos anima a empezar una y otra vez. Hoy nuevamente somos invitados a emprender un camino pascual hacia la Vida, camino que incluye la cruz y la renuncia; que será incómodo pero no estéril. Somos invitados a reconocer que algo no va bien en nosotros mismos, en la sociedad o en la Iglesia, a cambiar, a dar un viraje, a convertirnos.

En este día, son fuertes y desafiantes las palabras del profeta Joel: Rasguen el corazón, no los vestidos: conviértanse al Señor su Dios.  Son una invitación a todo pueblo, nadie está excluido.
Rasguen el corazón y no los vestidos de una penitencia artificial sin garantías de futuro.
Rasguen el corazón y no los vestidos de un ayuno formal y de cumpli-miento que nos sigue manteniendo satisfechos.
Rasguen el corazón y no los vestidos de una oración superficial y egoísta que no llega a las entrañas de la propia vida para dejarla tocar por Dios.

Rasguen los corazones para decir con el salmista: “hemos pecado”. “La herida del alma es el pecado: ¡Oh pobre herido, reconoce a tu Médico! Muéstrale las llagas de tus culpas. Y puesto que a Él no se le esconden nuestros secretos pensamientos, hazle sentir el gemido de tu corazón. Muévele a compasión con tus lágrimas, con tu insistencia, ¡importúnale! Que oiga tus suspiros, que tu dolor llegue hasta Él de modo que, al fin, pueda decirte: El Señor ha perdonado tu pecado.” (San Gregorio Magno) Ésta es la realidad de nuestra condición humana. Ésta es la verdad que puede acercarnos a la auténtica reconciliación… con Dios y con los hombres. No se trata de desacreditar la autoestima sino de penetrar en lo más hondo de nuestro corazón y hacernos cargo del misterio del sufrimiento y el dolor que nos ata desde hace siglos, miles de años… desde siempre.

Rasguen los corazones para que por esa hendidura podamos mirarnos de verdad.
Rasguen los corazonesabran sus corazones, porque sólo en un corazón rasgado y abierto puede entrar el amor misericordioso del Padre que nos ama y nos sana.
Rasguen los corazones dice el profeta, y Pablo nos pide casi de rodillas “déjense reconciliar con Dios”. Cambiar el modo de vivir es el signo y fruto de este corazón desgarrado y reconciliado por un amor que nos sobrepasa.
Ésta es la invitación, frente a tantas heridas que nos dañan y que nos pueden llevar a la tentación de endurecernos:Rasguen los corazones para experimentar en la oración silenciosa y serena la suavidad de la ternura de Dios.
Rasguen los corazones para sentir ese eco de tantas vidas desgarradas y que la indiferencia no nos deje inertes.
Rasguen los corazones para poder amar con el amor con que somos amados, consolar con el consuelo que somos consolados y compartir lo que hemos recibido.

Este tiempo litúrgico que inicia hoy la Iglesia no es sólo para nosotros, sino también para la transformación de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra Iglesia, de nuestra Patria, del mundo entero.  Son cuarenta días para que nos convirtamos hacia la santidad misma de Dios; nos convirtamos en colaboradores que recibimos la gracia y la posibilidad de reconstruir la vida humana para que todo hombre experimente la salvación que Cristo nos ganó con su muerte y resurrección.

Junto a la oración y a la penitencia, como signo de nuestra fe en la fuerza de la Pascua que todo lo transforma, también nos disponemos a iniciar igual que otros años nuestro “Gesto cuaresmal solidario”. Como Iglesia en Buenos Aires que marcha hacia la Pascua y que cree que el Reino de Dios es posible necesitamos que, de nuestros corazones desgarrados por el deseo de conversión y por el amor, brote la gracia y el gesto eficaz que alivie el dolor de tantos hermanos que caminan junto a nosotros. «Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho para los otros... Así pues, por más que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre el duro suelo, y comas ceniza, y suspires continuamente, si no haces bien a otros, no haces nada grande». (San Juan Crisóstomo)

Este año de la fe que transitamos es también la oportunidad que Dios nos regala para crecer y madurar en el encuentro con el Señor que se hace visible en el rostro sufriente de tantos chicos sin futuro, en la manos temblorosas de los ancianos olvidados y en las rodillas vacilantes de tantas familias que siguen poniéndole el pecho a la vida sin encontrar quien los sostenga.

Les deseo una santa Cuaresma, penitencial y fecunda Cuaresma y, por favor, les pido que recen por mí. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Paternalmente


Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.

Buenos Aires, 13 de febrero de 2013, Miércoles de Ceniza